Diego González, egresado el 2020 de la carrera de Administración Pública de la Facultad de Administración y Economía de la Universidad de Santiago de Chile, fue entrevistado por el diario The Clinic, destacando su labor en el proyecto "Amar Migrar", iniciativa en la que personas voluntarias realizan diferentes talleres y actividades recreativas para la niñez migrante. En conversación con este medio de comunicación, Diego relata su experiencia y el impacto de las redes sociales en la difusión del proyecto.

news_153_01Es el mes de abril. Diego González (24) sale de su casa con una mesa y sillas plegables para dirigirse hasta la calle Vicente Reyes con Alberto Llona en la comuna de Maipú. En la misma zona existen tres campamentos: Fe y Esperanza, Vicente Reyes y la toma latinoamericana, donde viven mayoritariamente personas migrantes. Al llegar al lugar, instala la mesa y las sillas en la calle. Encima coloca varios block de hojas, lápices de colores y diferentes materiales. Curiosos, los niños empiezan a llegar poco a poco.

—¿Qué quieres ser cuando grande?—les pregunta Diego para iniciar la conversación, mientras ellos se sientan a pintar.

Así fueron los comienzos del Proyecto Amar Migrar, iniciativa que busca apoyar la educación de niños y niñas migrantes en diferentes áreas. Actualmente, Diego va de lunes a viernes e incluso los domingos, día en que organiza actividades recreativas. "Fue harto trabajo territorial, de hablar con las personas, porque finalmente es un trabajo con niños, que requiere la confianza de los padres. Yo era un desconocido, a mí nunca me habían visto, entonces trato de ir todos los días para generar ese vínculo", cuenta Diego González en conversación con The Clinic.

En solitario y con un formulario impreso, Diego fue inscribiendo a cada niño y familia que quería sumarse al proyecto, quienes incluso hicieron fila para esperar su turno. En la ficha incluyó datos como el nombre, edad, peso, contacto de los padres y el número de personas que viven en el hogar. A cuatro meses, hoy ya son alrededor de 50 los niños y niñas entre 2 y 11 años de edad que son apoyados por el Proyecto Amar Migrar. Aunque la mayoría son niños extranjeros, todos son bienvenidos a sumarse.

Su interés por ayudar a las personas migrantes surgió mientras estudiaba Administración Pública en la Universidad de Santiago de Chile (Usach). Uno de sus compañeros de carrera, de origen venezolano, lo introdujo al Servicio Migrante Evangélico, un voluntariado que presta diversos servicios para favorecer la integración de la comunidad migrante en el país. Ya son cinco años desde que empezó a dar clases de español a personas haitianas, actividad que realizaba los días sábados de cada semana.

Al vivir cerca de los campamentos ubicados en su comuna, Diego pudo ver de manera más cercana la realidad de las personas que viven en el lugar, donde asegura que los niños y niñas han sido los más perjudicados, ya que gran parte de ellos interrumpieron sus clases con la llegada de la pandemia. Los problemas de conexión eran evidentes, razón por la que realizó campañas para conseguirles internet y computadores. Mientras esperaba su título, entró a trabajar a Correos de Chile como cartero, con el objetivo de juntar dinero y financiar la iniciativa.

"No tener conexión hoy en día te genera una desigualdad inmediata, porque te priva del acceso a la información, sobre todo en términos educativos. Si bien hay varios niños y niñas que asisten a sus clases online, hay muchos que están inscritos en un colegio pero que no pueden conectarse porque no tienen tablet o no tienen internet", dice.

"Fue harto trabajo territorial, de hablar con las personas, porque finalmente es un trabajo con niños, que requiere la confianza de los padres. Yo era un desconocido, a mí nunca me habían visto, entonces trato de ir todos los días para generar ese vínculo"

Después de tres meses como cartero, Diego renunció a su trabajo para buscar uno en su área. Sin embargo, la cantidad de tiempo que le demanda el proyecto ha hecho difícil la búsqueda de trabajo. "Igual yo pienso en eso, tengo varios compañeros/as que ya están trabajando, generando experiencias, ganando plata, pero igual estoy tranquilo, porque siento que esto va más allá de un trabajo. A esto le quiero dedicar la vida, quiero ser constante con esta ayuda", dice Diego.

TikTok como medio de difusión

Mientras Diego se dedicaba a la entrega de cartas en bicicleta, empezó a subir videos a la red social TikTok para dar a conocer el día a día de su jornada, los que se hicieron virales al poco tiempo. Una vez que salía del trabajo, en las tardes pasaba a reunirse con los niños. Subía también algunos videos de ellos en el lugar para empezar, poco a poco, a dar a conocer el proyecto que tenía en mente.

Después de renunciar, aprovechó el alcance que le daba la plataforma para, principalmente, difundir el Proyecto Amar Migrar, que todavía no contaba con un equipo de voluntarios/as. Una vez que lo dio a conocer de manera oficial, llegaron cientos de comentarios de personas desconocidas queriendo sumarse a la causa.

"Recibí muchos mensajes, gente diciéndome que quería donar plata, ropa, útiles. Incluso, había gente preguntándome si podían mandar su currículum para participar y obvio, si yo estaba solo, no había ninguna organización aún. TikTok, esa plataforma igual es juzgada, pero siento que si se ocupa de buena manera se pueden dar resultados. La mayoría de las personas que siguen la página o me hacen algún comentario vienen de TikTok", comenta Diego.

Es así como hoy ya son más de cien voluntarios. Diego creó un formulario online donde las personas se inscribieron, y a través de Whatsapp organizó las diferentes tareas. Hoy ya tienen equipos de tutores encargados de dar apoyo en clases de matemáticas, clases de historia y clases de lenguaje. Además, cuentan con un equipo jurídico, de información y salud, comunicaciones, orientación, entre otros. Mientras que los tutores van varios días a la semana para enseñar a los niños, los demás equipos se reúnen semanalmente para dividir las tareas.

"Hasta yo mismo tuve que volver a estudiar, porque había cosas de las que no me acordaba. Veía videos de Youtube y de repente no entendía. Me lo aprendía de memoria y después le pedía ayuda a algún amigo, lo llamaba y así se fue dando. Aunque estaba todo un poquito planificado, la improvisación servía mucho", cuenta Diego sobre la preparación para organizar las clases y talleres, donde una amiga estudiante de Educación de Párvulos, le entregó las orientaciones básicas para guiar el método y los materiales de enseñanza.

"Siento que esto va más allá de un trabajo. A esto le quiero dedicar la vida, quiero ser constante con esta ayuda"

Javiera González (24) es prima de Diego y una de las primeras personas que se sumaron al proyecto. Cada miércoles va al campamento a apoyar a uno de los niños en sus clases online, a quien meses antes le consiguieron conexión a internet y un computador, todo a través de una campaña difundida por redes sociales. Antes Javiera y él hacían las actividades en la calle, pero después de desarrollar lazos de confianza, la familia del niño le abrió las puertas de su casa.

Archivo personal

"Ha sido súper enriquecedor, yo creo que todos un poco tenemos esa necesidad de aportar para reducir las brechas de desigualdad, sobre todo con niños y niñas. Entonces, trabajar con un campamento que está súper cerca de mi casa, que es algo que yo veía cada vez que tomaba la micro, era súper shockeante. Y ahora poder estar ahí dentro aportando, creo que ha sido una de las experiencias más lindas que he tenido. Ir para allá y que me reciban con tanto cariño es una sensación que no había vivido antes", dice Javiera.

La estudiante de Derecho hoy se dedica a apoyar a los niños y niñas en clases de lenguaje, pero a futuro busca dar forma a un equipo jurídico que permita apoyar en otros aspectos a las familias del campamento. "Yo creo que el proyecto tiene para rato y hay harta pega por hacer todavía. Con organización y muchas ganas, creo que puede salir bastante buen material de ahí", dice la joven.

Celebrando la niñez

Una de las ideas que Diego tenía en mente era la organización de un evento por el Día de la Niñez. Desde que comenzó el proyecto, difundió también una campaña de recolección de juguetes para entregar a los niños y niñas de los campamentos. La convocatoria tuvo buenos resultados: consiguieron más de cien regalos. En la casa de Javiera, su prima, se organizaron para envolver los regalos y preparar la celebración.

Sin embargo, algo faltaba. La idea no era solo entregar regalos, sino que ese día se convirtiera en una experiencia inolvidable. Es así como el equipo se organizó para hacer una especie de carnaval, donde los niños y niñas pudiesen bailar, jugar, comer y divertirse con sus familias. Diego se encargó de invitar a la Comparsa Usach, agrupación cultural en la que participó mientras estudiaba en la universidad. Por otro lado, un grupo de jóvenes se ofreció a preparar 200 completos para entregar durante la jornada.

Para darle un toque más especial, Diego quiso también invitar al Cuerpo de Bomberos de Maipú. Fue a buscarlos directamente para hacer la invitación, y aunque lo intentó muchas veces, no obtuvo una respuesta concreta.

Hoy ya tienen equipos de tutores encargados de dar apoyo en clases de matemáticas, clases de historia y clases de lenguaje.

Llegó el día y ya estaba todo el lugar decorado con diferentes colores, en un ambiente carnavalero. La comparsa empezó con las batucadas y, para sorpresa de Diego y de todos, llegó el carro de bomberos y se ubicó por detrás. Los niños y sus familias estaban sorprendidos con la magnitud del evento, donde finalmente llegaron más de 200 de ellos. Los regalos y los dulces no alcanzaron, pero todos estaban felices. "Fue una gestión grande, llena de incertidumbre, pero cuando ya vi que todo había salido bien, fue como un gozo en el alma", cuenta Diego.

"Mostraron mucha impresión, felicidad. Ellos sentían, literal, el mismo gozo en el alma que estaba sintiendo yo. Estaban demasiado felices porque pudieron acceder al carro bomba. Se subieron, era algo nuevo para ellos y ellas. La comparsa también, tocando el batuque se hicieron parte, se involucraron. A mí me encanta que la gente que va a participar se involucre con los niños y las niñas, y ese día fue recíproco", agrega.

La confianza de los niños y sus familias se vio demostrada ese día, donde pese a que fueron más de 50 personas desconocidas, hubo un buen recibimiento. "En realidad, el Diego es una persona súper organizada. Ese día llegó mucha gente, hubo mucho apoyo y él fue el que organizó todo, en ese sentido también me siento segura de trabajar con él", cuenta su prima Javiera.

El apoyo de su familia y seres queridos ha sido fundamental en el proceso. "Solo he recibido buenos comentarios de aceptación. Incluso ese día fue toda mi familia al carnaval y fue muy bonito, yo no sabía que iban a ir. Mientras tenga ese apoyo, creo que es lo único que me importa y de mis amigos y amigas también", dice Diego.

Hoy ya es una cara más que conocida en el campamento. A veces, las personas incluso le preguntan si es funcionario de la municipalidad, porque siempre está llevando cosas para los niños y niñas que viven en los campamentos. "Yo les digo que no, que vengo porque vengo no más. Ellos creen que uno trabaja ahí porque va tanto para allá con cosas, es cuático", cuenta Diego.

Aunque el proyecto ha demostrado buenos resultados, Diego cree que aún es necesario implementar políticas públicas que tomen en cuenta las desigualdades que enfrenta la niñez migrante. "Considerar la realidad en la que se encuentran diferentes niños y niñas en Chile es lo primordial para empezar un proyecto que vaya en beneficio de los niños y las niñas, considerar esa desigualdad que se destapó con el contexto sanitario del Covid-19, que hizo ver que hay personas que viven hacinadas, que hay niños y niñas que no tienen conexión a internet, que no tienen baño, que no se pueden lavar las manos todos los días", señala.

Diego y su prima Javiera coinciden en manifestar que sería ideal ampliar cada vez más el proyecto y sumar a más personas voluntarias que se dediquen a apoyar a los niños de los tres campamentos, e incluso ir más allá de la comuna. Aseguran que el territorio es muy grande, por lo que actualmente no es posible llegar a todos.

"A mí me carga la ayuda que está vestida de asistencialismo, que es ir una vez a dejar unas cosas y no volver más, entonces yo quiero que esto perdure sí o sí en el tiempo. Quizás puede ir adaptándose a otras formas, pero quiero apuntar a formalizar el proyecto, tener personalidad jurídica como fundación, porque no tenerla te restringe a no poder postular a fondos culturales, fondos de empresas, fondos de municipalidades que podrían beneficiar mucho al proyecto", dice el creador del Proyecto Amar Migrar sobre los planes que tienen a futuro.

Para el joven de 24 años, la respuesta de los niños y sus familias después de estos meses ha sido el mejor pago que puede recibir. Aunque muchos de los padres no hablan español, lo que más escuchan los voluntarios y voluntarias son agradecimientos. "Sin la confianza de ellos y de ellas no podría hacer nada. Los niños no entienden mucho por qué va uno, pero al llegar muestran su felicidad. Se ponen a gritar y son esas pequeñas cosas, finalmente, las que te hacen ser persistente en el tiempo con esto", concluye Diego.

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