Una mirada a la diversidad: El caso de los inmigrantes

Sergio López Bohle
Académico del Departamento de Administración
Universidad de Santiago

En la última década, el desarrollo económico de Chile, las condiciones de estabilidad política y social y una serie de factores en los países de origen, convirtieron a nuestro país en un destino migratorio altamente atractivo principalmente para personas de países vecinos.

Tradicionalmente, Chile no ha sido un gran receptor de extranjeros. Según el censo del 2002, los extranjeros residentes ascienden a 184.664 personas, los que conforman el 1,2% de la población total. Los más importantes son, aproximadamente, 50 mil argentinos, 40 mil peruanos, 11 mil bolivianos, 9 mil ecuatorianos, 4 mil 500 colombianos y unos 3 mil 300 cubanos. Sin embargo, esta cifra representa un aumento del 75% desde el año 1992, que es posible contrastar con los cerca de 800.000 chilenos que viven en el extranjero, es decir, por cada extranjero residente en Chile, otros cuatro chilenos están fuera del país.

Estas migraciones formar parte de los procesos de construcción cultural y de formación y desarrollo de las naciones modernas. Los inmigrantes se transforman en actores sociales importantes a través de la incorporación de su identidad en las distintas actividades que realizan en materias como el comercio, la industria, artes y educación. Sin embargo, este fenómeno puede ocasionar una serie de reacciones negativas producto de las diferencias culturales, discriminaciones, o bien, por creencias y temores radicados en el imaginario colectivo como la "invasión laboral" y su impacto en los niveles de cesantía.

De esta forma, partidarios u opositores hacia la inmigración, están en constante debate. En este sentido, es importante reflexionar, pues si bien declaramos ser un país que acepta la diversidad, existen comportamientos o declaraciones que generan contradicciones como por ejemplo, sostener que ciertos grupos son intelectualmente inferiores, sucios, ladrones, etc. Estas expresiones hacia el inmigrante, y en ocasiones también dirigidas a los indígenas o a "ciertas" clases sociales, plantean la inquietud de legislar hacia cualquier discriminación o menosprecio por condición de raza, religión u origen étnico. Sin embargo, las declaraciones que emanan de la ley no mejoran por sí solo las actitudes de aceptación y tolerancia con el extranjero y entre los nacionales, sólo marcan una formalidad que se requiere para sostener un cambio profundo a nivel individual enraizado en valores como la tolerancia, el respeto mutuo y la dignidad humana. Se debe tener conciencia y observar lo que somos, "el propio ombligo", el cual relata nuestros recuerdos y raíces multiculturales provenientes de ocho diferentes etnias junto con las recientes oleadas de emigrantes chilenos que inician sus caminos en Europa, Estados Unidos, Australia, etc.
 

Todo lo actitudinal y valórico, debe ser acompañado de un comportamiento adecuado, que supere las agresiones verbales y físicas, la explotación laboral producto de la mayor vulnerabilidad de estos grupos. Es importante aceptar la diversidad, integrarla y formar una convivencia sana que permita construir una identidad más humana. Esto ayudará a vencer los obstáculos que la generación de resentimientos, odio, violencia producen con los extranjeros y con nosotros mismos, pues representan un miedo mal canalizado a lo desconocido, a lo distinto, a lo nuevo.
Sin duda, que esta triste realidad tiene una cara distinta que es la aceptación a ciertos grupos que aportan profesionales, técnicos y estudiantes. En este caso, son bien recibidos, alagados e incluso admirados. Esta realidad revela que el grado de aceptación de los inmigrantes se condiciona fuertemente por el nivel económico del sujeto, niveles de escolaridad y la actividad que desempeñan; más allá de la nacionalidad.
Finalmente, es importante que junto con los cambios a nivel legal e individual, se incorporen mecanismos de inserción e información tales como generar políticas educacionales, laborales, de salud y culturales que promuevan y faciliten la convivencia y adaptación de estos grupos. Sin duda que es importante establecer una política migratoria, que permita armonizar las instituciones del país, las políticas públicas y la necesaria protección de los derechos humanos, radicada en el valor último y fundamental; el valor de la persona y de las familias.