Adjudicar cualidades distributivas al impuesto específico a los combustibles ("los más pobres no están motorizados") es atribuirle propiedades que no posee. Si el argumento de la columna de Claudio Agostini ("Mitos y verdades del impuesto a los combustibles", lunes 9 de julio) es que no se modifica para no empeorar la distribución del ingreso, es un razonamiento falaz. Existen otras herramientas e impuestos que tratan con este problema.

Las cifras indican que pese a ser un impuesto por metro cúbico, la recaudación tributaria por este concepto aumenta año a año. Sube el precio de los combustibles y no se reduce su consumo, como señala Agostini, entonces:

¿falla la teoría económica?. Lo que ocurre es que se incrementa el ingreso de las personas y la carencia de un sistema de transporte público moderno, adicionado a la segmentación social de la ciudad de Santiago, hacen que el poseer un automóvil sea un bien apetecible incluso para el estrato medio-bajo (no se cumple el ceteris paribus de los libros).

Agostini argumenta también que es un impuesto eficiente por que corrige fallas de mercado como la contaminación y la congestión. Sin embargo, la evidencia es opuesta. Claro esta que debe existir un nivel de estos impuestos que sea óptimo: para que se pavimenten los hoyos en las calles y para mejorar la infraestructura no concesionada.

Actualmente el fisco se asegura una recaudación fija alta y creciente (US$ 1.600 millones por año), trasladándose todo el riesgo de la variabilidad de precios a los usuarios. La prorroga del Fondo de Estabilización del Precio de los Combustibles servirá para amortiguar esta volatilidad en el precio de los combustibles, pero no resuelve la discusión de fondo. Y esta es sincerar el verdadero nivel de impuestos específicos para la economía chilena.

Publicado en el Diario Financiero